Un saludo de Navidad de nuestro párroco

Compartimos con ustedes este saludo del Padre Cesar a todas las familias de los grupos de preparación al bautismo
Un saludo muy cariñoso a todos los que de una u otra manera han participado en este tiempo de pastoral de bautismo, ya sea como papás, padrinos, como testigos del bautismo. Ustedes que se han preparado con profunda alegría para el nacimiento en la fe de su hijo, hoy día  también renovamos la fe en la encarnación de Jesucristo. Que el Niño Jesús les de abundante bendición y gracia para ustedes y sus familias. Un abrazo muy grande y Dios los bendiga 

 

MENSAJE PARA LOS PAPÁS :

                    ¿QUIERES EDUCAR EN LA FE A TUS HIJOS?

En primer lugar, ama a tu esposa, se con ella atento, afectuoso y fiel.

En segundo lugar, practica las virtudes, que deseas ver en tus hijos.  Enseñar con el ejemplo es importante.

Tercero, está presente para tus hijos, física y emocionalmente. No estés ausente o distante con ninguno de ellos.

Cuarto, alienta a tus hijos a hacer y ser lo mejor posible (en la escuela, los deportes, la música, en todo), pero nunca dejes que piensen que crees que son un fracaso. Nunca dejes de mencionarle a tus hijos, incluidos los varones, que los amas.

Quinto, no seas duro, pero pon disciplina donde sea necesario para que los niños sepan que el mal comportamiento no puede ser tolerado.

Sexto, tú y tu esposa deben criarlos para que sean protectores. Que no solo se nieguen a participar en la intimidación de otro niño, sino que intervengan para defenderlo.

Séptimo, asegúrate de que tus hijos te vean en tu vida de fe, no en demostraciones ostentosas, sino en formas corrientes. Anda a la Iglesia con ellos cuando se supone que toda la familia debe ir. Que te vean en oración y, sobre todo, con el debido respeto ante Dios.

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EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 5,43-48

 Jesús dijo a sus discípulos:

Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.

Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;

así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.

Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿Qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?

Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿Qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?

Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

PARABOLA DEL HIJO PRODIGO CON UNA REFLEXIÓN DE S. S. BENEDICTO XVI (Cuarto Domingo de Cuaresma)

 ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Lc 15, 18

Iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti. 

EVANGELIO

Tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 15, 1-3. 11-32

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo entonces esta parábola:


“Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre:

“Padre, dame la parte de herencia que me corresponde”. Y el padre les repartió sus bienes.

Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida inmoral.

Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.

Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

Entonces recapacitó y dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!” Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”.

Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.

El joven le dijo: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo”.

Pero el padre dijo a sus servidores: “Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado”. Y comenzó la fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.

Él le respondió: “Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo”.

Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: “Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!”

Pero el padre le dijo: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”.


COMENTARIO


"Este IV Domingo de Cuaresma, tradicionalmente designado como 'domingo
Laetare', está impregnado de una alegría que, en cierta medida, atenúa el clima penitencial de este tiempo santo. Surge espontáneamente la pregunta: pero ¿cuál es el motivo por el que debemos alegrarnos? Desde luego, un motivo es la cercanía de la Pascua, cuya previsión nos hace gustar anticipadamente la alegría del encuentro con Cristo resucitado. Pero la razón más profunda está en el mensaje de las lecturas bíblicas que la liturgia nos propone hoy. Nos recuerdan que, a pesar de nuestra indignidad, somos los destinatarios de la misericordia infinita de Dios. Dios nos ama de un modo que podríamos llamar 'obstinado', y nos envuelve con su inagotable ternura". (Homilía del Papa Benedicto XVI del 26 de Marzo de 2006)