“El Nombre te acompaña, como el cuerpo envuelve al alma”.
Dar nombre a un nuevo ser
es tanto como darlo a luz. El dolor del nacimiento se sufre en un solo tiempo,
mientras que el peso de un nombre se sobrelleva toda la vida… Durante la vida
de todo ser el nombre le acompaña tanto como el cuerpo que envuelve a su alma.
El nombre se expresa, se escribe, se inscribe, se memoriza, se le asigna una
elegante firma, se le pone en letras doradas en los diplomas y certificados, se
le enlista en nóminas escolares y laborales, se le graba en placas, se le
compaña de pomposos títulos, se asienta en actas civiles y mercantiles, se
coteja en registros, se ensalza, se acompaña de epítetos, se hace bueno, se
hace malo, se le recorta de manera afectiva y, para evitar su olvido al final
de sus días, se le cincela o graba para su eterna memoria en las lápidas que
cubren sus restos.
Conscientes de este requerimiento, los padres del menor le asignan
un apelativo que, en muchos casos, deriva del nombre de un ancestro ya sea que
aun esté vivo o que haya fallecido, retomando las costumbres de asignación de
nombres según cada comunidad. Al otorgarle ese nombre al menor, se le deposita
un matiz de perpetuidad pues ya no sólo tiene su nombre, sino que el propio
nombre le posee y le contiene en un marco de referencia con el de sus
antepasados.
de la Conferencia de Alejandro Rubinstein "La importancia del nombre según el Texto Bíblico"tomada de https://www.enlacejudio.com/2014/12/02/el-nombre-conferencia-elena/
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